Hace ya muchos años que se sabe que las enfermedades del cerebro representan un gasto económico de primer orden en las sociedades avanzadas. Un estudio reciente del European Brain Council cifra en casi 800.000 millones de euros por año el coste de todas las enfermedades cerebrales en la Europa de los 27 (Smith, Nature 2011). Esta cifra comprende tanto los costes directos (medicinas, tratamiento, etc.) como los indirectos (bajas laborales, repercusión en el entorno familiar, etc.) del gran abanico de enfermedades neurológicas y psiquiátricas, así como otros problemas derivados de un mal funcionamiento del cerebro (migrañas, adicciones, tumores, etc.).
Las enfermedades psiquiátricas son las responsables de una tercera parte de este coste, con la depresión en primer lugar, seguida por los trastornos de ansiedad y los trastornos psicóticos (esquizofrenia y síndromes relacionados). La depresión afecta a un porcentaje muy elevado de la población. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres y uno de cada diez hombres sufrirán un episodio de depresión a lo largo de su vida. La depresión se caracteriza por una gran variedad de síntomas, entre los que destacan la pérdida de interés en las actividades habituales, la incapacidad de experimentar placer, los sentimientos de culpa y la poca autovaloración, la pena y el llanto incontenibles, los trastornos del sueño y el hambre, la ansiedad, las dificultades de concentración y los problemas de memoria, etc. El tratamiento de la depresión se realiza habitualmente con fármacos, que son efectivos únicamente en dos terceras partes de los pacientes después de tratamientos prolongados (meses). Los pacientes que no responden a varias estrategias de tratamiento representan un problema de primera magnitud por su tendencia a cometer suicidio por el gran sufrimiento psicológico que experimentan.
Durante los últimos 20 años se han identificado varias áreas cerebrales implicadas en la fisiopatología de la depresión. Entre ellas destaca una parte de la corteza prefrontal, la corteza cingulada ventral (ECV), cuya función parece estar aumentada en grupos de pacientes que no responden a los tratamientos habituales. Esta es una área clave en el funcionamiento del cerebro y muy probablemente su alteración trae asociada una cascada de alteraciones en otras áreas cerebrales que son las responsables de la variada sintomatología depresiva. La importancia de los circuitos cerebrales originados en la ECV se demuestra porque su estimulación a alta frecuencia tiene efectos antidepresivos en pacientes que no responden a ningún otro tratamiento.
En cuanto a la esquizofrenia, se trata de una enfermedad de etiología desconocida y mucho peor pronóstico que la depresión, puesto que su tratamiento es puramente sintomático, con los fármacos antipsicóticos, que son efectivos sólo en los síntomas llamados “positivos” de la esquizofrenia (agitación, habla y pensamientos incontrolados, actitudes violentas, alucinaciones, etc.). Otros síntomas, como los negativos (ansiedad, sentimientos depresivos, aislamiento social, etc.) o los problemas cognitivos, no tienen ningún tratamiento adecuado. Las alteraciones cerebrales en esquizofrenia son bastante más complejas que en depresión, estando implicados un gran número de áreas y circuitos cerebrales, pero donde también destaca la corteza prefrontal.
Los estudios con técnicas de neuroimagen así como los numerosos trabajos con animales de experimentación que se están llevando a cabo permitirán en un futuro no demasiado lejano identificar los elementos celulares y neuroquímicos a partir de los cuales se podrán desarrollar nuevos medicamentos para un mejor tratamiento de estas dos enfermedades psiquiátricas de tanta repercusión en nuestra sociedad.
Ciclo: Desafíos del Siglo XXI. La Voz de la Medicina, III
Organizado por: Residencia de Investigadores. COLABORAN:Fundació Clínic Barcelona, IDIBAPS, RESA y Col·legi Oficial de Metges de Barcelona